(Por: Mireia Esteva)
Si se entiende que en una sociedad democrática, compuesta por ciudadanos libres, la política tiene que encaminarse a conseguir el bien común, resolviendo aquellos problemas que ponen en riesgo la convivencia y el desarrollo social, la realidad, es que hace años que vivimos anclados en la antítesis de la política. Asistimos ahora a la exageración, al insulto y la descalificación, sin importar si con ello desvirtuamos la democracia y la debilitamos de puro hartazgo ciudadano. Pero la salud democrática también tendrá que valorarse en su capacidad correctora de estas desviaciones.