(Por Mireia Esteva)
El MH Presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, ha sido inhabilitado por desobediencia a la junta electoral. Aunque el independentismo guste de las escenografías y el victimismo y una vez más haya utilizado el Parlament para su propaganda, Torra ha marchado sin pena ni gloria. Y aunque digan lo contrario, Torra se va por su falta de principios democráticos. Y aunque el hecho de la pancarta se parezca más a una ridícula pataleta infantil, sin mayor recorrido político, y pensemos que no hacían falta tantas alforjas para un viaje tan corto, aquí no es juzga ni el mensaje ni su trascendencia. Se juzga la falta de respeto hacia las reglas de juego democrático: por haber utilizado los edificios públicos de manera partidista en medio de una campaña electoral. Se va, porque aunque reiteradamente se le avisó que debía quitar las pancartas, aguantó fanfarrón, hasta agotar todos los plazos, y acabar haciéndolo posteriormente. Se va porque nadie, en una democracia, por más poderoso que sea, puede saltarse las reglas de juego democrático y fanfarronear ostentosamente ante los Tribunales.
Torra no vino para gobernar ni mejorar la vida de los ciudadanos como presidente de la Generalitat. Torra vino a guardarle el lugar a otro, al huido Puigdemont. Torra vino a incrementar el odio que ya cultivaron con gran dedicación sus antecesores en el cargo. Vino a aumentar el conflicto y la división ciudadana, desde el poder que le da nuestro estado democrático. Un conflicto diseñado para generar inestabilidad política y económica y forzar al Estado a negociar la secesión. Un conflicto al que llaman democrático. Se supone que con la tensión que no paran de alimentar, los que no lo vemos claro, terminaremos subiendo a su carro. Pero en el totum revolutum, igual les da por insultar toda España, que al gobierno de la nación, como al ciudadano de Cataluña que se desmarca de sus ideas.
Torra sabe que la Generalitat le venía grande, aunque el dijera que era un impedimento para gobernar. Hace tiempo que quería irse, pero por la puerta grande de la épica, haciendo honor a “Todo por la patria”, saltándose las leyes democráticas. Lo ha intentado, pero se va por quitar a destiempo una ridícula pancarta que no convence a nadie que no esté ya convencido. Torra se va sin haber hecho nada durante el tiempo que ha durado su mandato, ni para el conjunto de los catalanes, ni para el proyecto independentista. Él lo sabe, al igual que la mayoría de los catalanes.
Torra ha sido la guinda de los presidentes elegidos a dedo por sus predecesores. La guinda de unos cuantos presidentes que creyeron que las instituciones públicas estaban para hacerlos servicio a ellos, en una identificación perversa y totalitaria de su persona con los ciudadanos.
Torra, a pesar de lo poco que ha hecho por los ciudadanos, no se olvidó de subirse el sueldo en dos ocasiones. Y como sus antecesores, deja el cargo con un gran sueldo y oficina para el resto de su vida. Hecho insultante, cuando no dejamos de ver crecer las desigualdades en Cataluña y la Generalitat sigue adelgazando sin pausa, el estado de bienestar. Y aunque no se cansen de asimilar la democracia de España con la de Turquía, lo cierto es que en su intento de desestabilizar y dedicar los recursos públicos en la propaganda política y sus propios intereses, han conseguido que -siendo Cataluña una de las primeras economías españolas, con un PIB similar a las regiones más ricas de Europa-, sea uno de los lugares de mayor pobreza infantil, sólo superada por Rumanía y Bulgaria.
Aunque hayamos visto, un día tras otro, hasta qué punto los malos gobernantes pueden convertir el territorio que gobiernan en un erial, hundiendo la economía, la cultura y la convivencia, los ciudadanos también somos responsables. Somos responsables por haber votado a charlatanes y héroes salva patrias, en vez de a personas inteligentes y responsables, adecuadas para el cargo. Somos responsables si no exigimos que hagan el trabajo que corresponde al cargo que ostentan y dediquen el dinero público a esto y no a propaganda política. Así es la democracia y ahora, con las elecciones del próximo mes de febrero, se nos abre una oportunidad para evitar que las instituciones de autogobierno que tanto costó conseguir sean ocupadas, una vez más, por desaprensivos.